Tristes y algo más son las estampas que ha dejado tras su paso el huracán Rafael en el occidente de Cuba.
Tanto duelen Artemisa y su gente, que es complejo el mismo hecho de sentenciar: únicamente la solidaridad deviene fenómeno positivo en medio del desastre.
Conmovidos desde muchos sitios, cubanos y foráneos reaccionan para ayudar. Dentro de ese panorama alivia saber que sigue viva entre nosotros la buena voluntad.
También es oportuno hacernos una pregunta y resolverla cuanto antes: ¿Por qué esperar a que nos golpee de tal modo el infortunio para ser empáticos?
Si bien el día a día no precisa de nosotros donaciones o caravanas de ayudas masivas, la vida cotidiana nos convoca a una colaboración mucho más simple.
Nadie debe compartir perennemente lo que tiene, cada cual entenderá en qué momento lo sienta necesario, pero la solidaridad sí habrá de surgir todos los días.
Seamos respetuosos y amables, haga cada quien lo que le toca desde sus funciones en la sociedad o las exigencias de su oficio. No ensucie su entorno o su ciudad, no destruya, ni entorpezca.
Si lo pensamos, no es tan difícil el civismo. Empecemos por llegar temprano a nuestro puesto de trabajo, saludar, tratar de forma correcta a los otros, respetemos a las personas y a su tiempo.
Basta atender con destreza al público que espera, responder con paciencia alguna pregunta, tolerarlo diferente, comprender lo ajeno, tomar una carga pesada a quien va de pie en un transporte, colaborar con el silencio y el descanso de la mayoría en las madrugadas.
Es suficiente con cumplir las leyes del tránsito, dar “botella” a un ciudadano que lo precise, proteger un animal, no maltratarlo cuando menos.
Hay tantas maneras de ser solidarios y evitar más problemas de los que nos tocan. Defienda su derecho como consumidor y respételo cuando lo ejercen otros. Intente no molestar, practique cooperar y sabrá cuán placentero resulta. No siempre obtendremos de vuelta gratitud, pero si de nuestra parte ya el bien se ha hecho, la satisfacción está planteada.
No espere a un desastre para ponerse en el lugar de los demás, ayude a diario, sea útil o no obstaculice la jornada a su semejante con mala cara, mal servicio, demoras o cualquier tipo de maltrato.
Salga consciente a interactuar y pretenda la solidaridad a cada encuentro con los seres humanos. No se burle, no juzgue anticipado, no evada responsabilidades, no se enfurezca ante la crítica; escuche, dialogue, trabaje en grupo y solucione lo posible sin esperar siempre que lo resuelva otro.
Cuidado ante los niños, los ancianos, quienes sean vulnerables o demanden atenciones especiales, piense que puedan ser sus hijos o sus abuelos, sienta cercano a quien le necesite.
Basta de lucrar o engordar el bolsillo con la desesperación del doliente: ya sea pasajero en un punto de embarque, paciente en espera de una medicina o atención, sea padre o madre de familia que compre un alimento, ser querido que busca descanso digno a un fallecido. Conmuévase por quienes a diario lo merezcan.
El bloqueo es también interno, lo acusa toda Cuba, entonces no sea usted el embargo del prójimo. En el trato cotidiano mi cara o la suya están expuestas.
A diferencia de mecanismos globales, estructurales, macroeconómicos o sistémicos que al fin nos afectan; la bondad, los malos entendidos, la estafa o el daño que propiciamos, tienen rostro en cada uno de nosotros. Quien se beneficia o se perjudica ante una acción, puede hasta callar, pero habrá guardado en la memoria a su benefactor o su verdugo.
Sepamos elegir en qué rol actuar y si la solidaridad no precisa rodar tan lejos, como ahora, hágase un poquito de luz por medio de ella, sin esperar que nos sacuda una desgracia.