La llama puede que no encienda más a los 21 días, los dos o los seis meses de instalada la balita, y ahí empieza la odisea de quienes consumimos gas licuado en Artemisa.
Primero lograr estar en una lista (que no tiene horario ni día de la semana para ser conformada); después chequearla hasta obtener el preticket, mantenerte en vela en función de conocer cuándo termine la lista anterior, y volver, volver, y volver hasta tener el ticket “oficial”.
Ese proceso, que no tiene límites de tiempo ni lo asume un trabajador de la Empresa Cubana de Petróleo (Cupet) , depende, no solo de la entrada de los cilindros, sino también de otros clientes, que no están en la secuencia de números de tu lista, pero restan balitas a la cantidad a despachar, y también tiempo.
Entre ellos, los estibadores, muchos que fungen como mensajeros al mismo tiempo y tienen el derecho de comprar cuatro balitas cada uno y cada día, apenas abra el punto. Muchos que además, por exigencias lógicas de seguridad y protección del trabajo, tampoco son asalariados de Cupet, sin embargo trabajan allí.
Son priorizados entre los inscritos en la lista quienes tienen alguna discapacidad auditiva, motora, o visual, además de los encamados, aquellos padres o familiares de menores del Proyecto Paloma, y de niños con Parálisis Infantil Cerebral, casos vulnerables, personas operadas, embarazadas, o con otra situación de salud…
Después de esta incidental, vuelvo a la lista y el ticket “originales”. Regreso a la misma cola, en medio de la calle y el sol, regreso una o dos veces, con lo cual incumplo mi horario laboral. ¡Imagine si mi puesto de trabajo no es tan cerca del punto de venta!
¿Cuándo me corresponderá? Ni idea. Lo mismo pasan diez turnos en una jornada, que 50; también depende de la cantidad de balitas, y de otra lista no contable, diferente a la incidental anterior, pero que también resta cilindros, la de los colados, los resueltos… y los etc., y pasa por alguna que otra persona, de la comunidad o delegados de circunscripción, que tampoco son trabajadores de Cupet, pero tienen voz y voto en la entrega de gas licuado.
Habrá quien diga que esa odisea no es nueva; habrá otros que mencionen discretos avances, pues nuevos puntos de venta abiertos en varios consejos populares deberían arrojar más organización; habrá vecinos que recuerden el Punto de Toledo, en planes y detenido en el tiempo, y habrá muchos escépticos al cambio, pues a río revuelto…
Pero otros —donde me incluyo— estamos confiados en que se puede organizar, incluso con menos manos de las que hoy “ayudan”, pues esas también comen en el mismo plato, y ni siquiera son trabajadores de Cupet. Un tema visible, aceptado, pero que tiene mucha tela por donde cortar.
Incluso, punto y comentario aparte, también debe llevar el canal de Telegram de la Empresa de Gas Licuado, con casi 8 000 suscriptores, actualización estable de la entrada de los cilindros a cada punto, pero cero interacción con los usuarios, alternativa de comunicación que pudiera transparentar el gas que entra cada día a Artemisa, y su destino final, y daría menos criterios desfavorables.
Estoy a favor del control popular, del liderazgo de un presidente de consejo popular y mucho más de los delegados, quienes sí conocen cada persona con necesidades, pero los mecanismos de venta, organización e inspección deben ser inherentes a la institución, esa que debe garantizar calidad en el servicio, y no sentirse ajena a quienes son su objeto social, los consumidores.
Algunas horas de trabajo periodístico, con métodos de investigación tan longevos como la observación y la entrevista, con pequeñas muestras y en algunos de los puntos de venta artemiseños, fueron válidas para anotar en mi agenda varias interrogantes.
¿Por qué Cupet no garantiza su fuerza de trabajo, ya que el contar con “voluntarios”, los excluye de la responsabilidad de la cola, mientras, crea otras irregularidades? La palabra voluntariedad es de talla muy grande, en tiempos de tanta demanda y poca oferta.
¿Será esta institución tan pobre en sus presupuestos, que ni las mínimas condiciones, puede garantizar a sus trabajadores? ¡Sí!, ni agua potable ni ventilación y tampoco iluminación, para no entrar en merienda o almuerzo, distantes de casi todos.
¿Cómo en tiempos de informatización, Cupet sigue anotando, en no menos de seis registros, cada dato del cilindro y el cliente, sin la posibilidad de un equipamiento tecnológico, o al menos minimizar información?
Si una de las bases de nuestro Gobierno es la comunicación,¿por qué está tan ausente en la entidad artemiseña?
¿No habrá posibilidad de que a través de redes sociales se acerque a los clientes la lista, los ticket, y su seguimiento?
Aún existen —por causas disímiles— muchas balitas de gas ilegales según su numeración, ¿Por qué no crear un programa para legalizarlas, con tiempo definido, tal como el de los “riquimbilis” del Ministerio de Transporte?
¿No conoce Cupet las artimañas para llenar esos cilindros sin mediar ninguna lista ni otros controles? El esfuerzo del país es grande. Contratos con transportes de carga, combustible y muchas manos aportan a la llegada del gas. ¿Por qué no organizar un mecanismo menos tortuoso, incluso desde las bodegas y la tan controvertida libreta de abastecimiento? Solo deberá depender de los asalariados de ese servicio, que no sea un tedio volver a ver esa llama encendida, tras el calor de una balita de gas.