Norberto Barreto Velázquez
Históricamente, los EE.UU. han dado por sentada a América Latina. Solo le han dado importancia en momentos que han sentido la necesidad de reafirmar el apoyo y amistad latinoamericana, o cuando han sentido amenazada su «hegemonía» regional. De ahí la Política del Buen Vecino y la Alianza para el Progreso.
La primera fue todo un éxito, la segunda un fracaso. En ambos casos se buscó mejorar la imagen de EEUU en la región, promover las relaciones económicas, el intercambio cultural y tecnológico, etc. Se dejó un lado el garrote y se optó por la zanahoria. Durante ese desastre que fue la guerra contra el terrorismo, América Latina estuvo fuera del radar de los EE.UU..
Esto fue aprovechado por China para penetrar con fuerza en la región, donde ya es el primer socio comercial de varios países latinoamericanos. Las reacciones estadounidenses ante esta situación han sido muy débiles y poco efectivas. La reacción desmedida de la administración Trump contra el reclamo de respeto del gobierno colombiano marcan un punto de quiebre histórico, pues dejan claro que la relación con la región latinoamericana va a estar basada en el miedo y la intimidación abierta. El objetivo es claro: la sumisión.