Un bombardeo israelí en Siria ha causado este miércoles un número de víctimas casi inédito desde el inicio de la guerra en Gaza, en octubre de 2023: 46 muertos (al menos 22 de ellos extranjeros) y 50 heridos, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con informadores en el terreno. La agencia estatal de noticias, Sana, que cita al Ministerio de Defensa del país árabe, cifra en 36 las víctimas mortales. El ataque aéreo, que golpeó varios edificios en la ciudad de Palmira, pone aún más de relieve la expansión israelí de sus ataques en Siria (casi convertidos ya en cotidianos) para impedir la llegada de armas a Hezbolá y asegurarse de que el régimen de Bachar el Asad seguirá limitándose a responder con retóricos comunicados de condena. Damasco suele, de hecho, rebajar u ocultar sus pérdidas en este tipo de ataques dirigidos contra Hezbolá, fuerzas iraníes y otros grupos armados próximos a Teherán. La aviación israelí los efectúa desde hace años, pero los ha incrementado notablemente desde la escalada en la región hace algo más de un año tras el ataque de Hamás en suelo israelí y, sobre todo, en las últimas semanas, en paralelo a la guerra abierta que Israel ha lanzado en el vecino Líbano.
El Observatorio cita entre los objetivos del bombardeo un almacén en la zona industrial (habitado por familias de combatientes extranjeros alineados con Irán), un restaurante y otros edificios. Hay, agrega, civiles entre los heridos. Palmira, situada al noreste de Damasco, tomada por el Estado Islámico en 2015 y recuperada por las tropas del régimen casi un año más tarde, alberga unas ruinas declaradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.
El hoy ministro de Defensa israelí, Gideon Saar, abogó en septiembre por “dejar claro a El Asad que si escoge dañar la seguridad de Israel […] pone su régimen en peligro”, y lamentó que “perdiese la oportunidad” de derrocarlo durante la guerra antes de que Irán y Hezbolá acudiesen a “salvarlo”.
El Asad, más preocupado de su supervivencia que de devolver a Irán y Hezbolá ―hoy en aprietos― la ayuda que le prestaron hace una década (cuando su futuro en la guerra pintaba mucho más negro), se ha puesto de perfil ante los ataques israelíes, aunque son en su territorio y han matado también a decenas de soldados. Parece más interesado en afianzar su alianza con Rusia ―cuya entrada en escena en 2015 fue el verdadero vuelco a su favor en el frente de combate― y en profundizar su acercamiento a los países del Golfo (con dinero para la destrozada economía siria). También en su rehabilitación ante Occidente, aprovechando que el eventual retorno de los refugiados sirios suena muy bien en los oídos de aquellos países europeos con Gobiernos hostiles a la presencia de extranjeros, sobre todo musulmanes.
Por un lado, el dirigente sirio no puede, de momento, desembarazarse por completo de la alianza con Teherán, porque le proporciona fondos y al menos un tercio de su combustible. Por otro, está impidiendo que la frontera con Israel se convierta abiertamente en un frente de ataque. Tanto él como Moscú están, además, dando carta blanca a Israel en la práctica para los bombardeos israelíes contra la Guardia Revolucionaria iraní y Hezbolá. El Asad tampoco se sumó a la estrategia de Teherán denominada la “unidad de los frentes” ante la invasión de Gaza, reprimiendo incluso protestas en los campamentos de refugiados palestinos. No perdona a Hamás haberse alineado con los rebeldes al inicio de la guerra, lo que llevó a la expulsión de Siria de los líderes de la milicia.
Rutas de contrabando
Es en este contexto en el que el Gobierno de Benjamín Netanyahu se ha lanzado a debilitar a Irán y sus aliados, estén donde estén, castigando sistemáticamente las rutas de entrega de armamento a la milicia libanesa a través de Siria, así como matando a milicianos y a quienes las facilitan. La semana pasada, el ejército israelí anunció en un comunicado haber bombardeado en Siria “rutas de contrabando” de armamento. Una fuente militar citada por la agencia estatal siria reconoció “daños significativos” que dejaron inutilizables algunas infraestructuras, como puentes y vías.
También lo ha hecho al otro lado de la frontera, con las carreteras en Líbano que llevan a la frontera con Siria. Son las mismas que han venido usando desde septiembre cientos de miles de civiles (tanto refugiados sirios como libaneses) para huir de los bombardeos, cada vez en más puntos del país. Su trayecto ahora, cargados de pertenencias, es aún más difícil.
El Observatorio contabiliza 152 ataques israelíes en Siria en lo que va de año. Han matado a 303 combatientes y 62 civiles. El desglose es ilustrativo: 25 miembros de la Guardia Revolucionaria iraní, 55 de Hezbolá y 88 sirios de las milicias proiraníes. El resto son principalmente milicianos de otras nacionalidades (como iraquíes) y soldados del ejército sirio.
Desde septiembre, los ataques son una realidad casi cotidiana e incluyen la capital, Damasco, y Quseir, un pueblo a escasos kilómetros de la frontera libanesa considerado feudo de Hezbolá. Solo en los primeros 10 días de noviembre, hubo ocho en cuatro zonas distintas, incluidos pasos con Líbano, tanto oficiales como extraoficiales, según el Observatorio.
A esto se suma una extraordinaria incursión terrestre de sus fuerzas de elite para destruir una fábrica subterránea de misiles de precisión, según informó el medio estadounidense Axios. Es una muestra de la penetración que han logrado sus servicios de inteligencia, palpable también en los ataques coordinados a miles de buscas y walkie-talkies encargados por Hezbolá o en los asesinatos de su líder, Hasan Nasralá, y el de Hamás, Ismail Haniye, en plena capital iraní.