Rafa Nadal se retira. El tenista español ha anunciado su retirada este jueves con un vídeo emitido en redes sociales. “Me retiro del tenis profesional. Mil gracias a todos”, dice. Sus últimos partidos serán con el equipo español de la Copa Davis el próximo mes de noviembre. Ser o no ser, esa es la cuestión. Y desde hace tiempo, año y medio ya, Rafael Nadal había empezado a sentir (y aceptar) que ya no era tenista. No como él lo entiende. Pretendía el mallorquín estirar el recorrido para poder despedirse a su manera, compitiendo sobre las pistas en las que tantos momentos de gloria ha brindado, pero el destino le reservaba el mismo desenlace que a tantos otros: la negación. El físico, las dichosas lesiones; punto final de tantísimas figuras. Que se lo cuenten a su socio Roger Federer, sin ir más lejos. Llega ahora su adiós, forzado por el episodio que vivió a comienzos de 2023 en Melbourne; a partir de ahí, de esa rotura del tendón, una abrupta desaparición del primer plano y un intento tras otro de reengancharse, pasando por la desagradable experiencia del quirófano. Exhausto y cerca de los cuarenta, 38 años en el DNI —bastantes más en su castigado cuerpo—, el mallorquín decide colgar finalmente la raqueta y así lo anuncia. El tenis, pues, cuenta ya con él como otra una de las grandes leyendas de su iconografía.
Puede el tiempo con todo, hasta con la inmensa irreductibilidad de Nadal. Se confirma este jueves 10 de octubre, por boca del protagonista, la noticia que en los inicios de su carrera se preveía temprana y que luego, conforme avanzaron los años y el tenista fue superando un sinfín de adversidades, resultaba difícil de imaginar. Tras 23 años en la élite y después de toda una vida empuñando la raqueta, el campeón de granito, el chico al que toda España vio crecer y triunfar —gustase o no el tenis—, se retira definitivamente de las pistas a consecuencia del dolor. Él y su cuerpo, una relación a todo o nada; el cielo y los infiernos, pocos términos medios. Un último año y medio lleno de sinsabores ha decantado una decisión que él, resiliente como pocos, ha tratado de retrasar. Se ha revuelto el balear hasta su último estertor profesional, pero la naturaleza corta definitivamente el crédito y el serbio Novak Djokovic queda como el último vestigio de una era extraordinaria.
Deseaba Nadal continuar, seguir disfrutando del día a día y de la adrenalina de la competición, pero el físico ya no responde y la mente ha terminado cediendo a la erosión. De este modo, se acaba un recorrido tan espectacular como ejemplar, trufado de grandes éxitos y un procedimiento modélico. Trasciende ahora como uno de los símbolos más reconocibles del deporte, capaz de superarse una y mil veces, por más que su musculatura se quebrase; una y otra vez se levantó, pero la ley de la lógica le pide definitivamente que pare. Con 38 años, elevado universalmente y ya como padre de familia, el balear mira hacia ese mañana que empezó a vislumbrar hace dos años, cuando el pie izquierdo —síndrome de Müller-Weiss, afectación crónica— ya le condujo hacia el pensamiento de batirse en retirada.
Ese pie le trastabilló desde el principio. Siempre amenazante, el mal del escafoides no consiguió tumbarle, pero la rutina diaria de los últimos tiempos no ha sido la esperada y le guía hacia esa segunda vida de los deportistas. Demasiados días de amagos, de intentos frustrados, de ida y vuelta sin poder entrenarse como él consideraba que debía hacerlo. En consecuencia, llega el adiós y el tenis, el deporte en toda su extensión, se inclina ante uno de los grandes portentos, reconocible por su mente de granito y su poderosísimo drive, probablemente uno de los golpes más dañinos de la historia. Quería más Nadal, pero esta vez no ha encontrado escapatoria. Más que difícil la despedida, en tanto que no responde a una cuestión de nivel o competitividad, sino exclusivamente a la inercia. Peleó hasta la última bola.
“Han sido unos años difíciles, estos dos últimos especialmente. No he sido capaz de jugar sin limitaciones. Esta es una decisión difícil, que me ha llevado tiempo tomar, pero en esta vida todo tiene un principio y un final. Creo que es el momento adecuado para poner punto y final a una carrera larga y mucho más exitosa de lo que jamás me hubiera podido imaginar”, ha explicado Nadal en ese vídeo. “Me hace muchísima ilusión que mi último torneo sea la final Copa Davis y representando a mi país. Es cerrar el círculo, ya que una de mis primeras alegrías como tenista profesional fue la final de Sevilla, en 2004. Me siento un súper afortunado por todas las cosas que he podido vivir”, añade.
Mil gracias a todos
Many thanks to all
Merci beaucoup à tous
Grazie mille à tutti
谢谢大家
شكرا لكم جميعا
תודה לכולכם
Obrigado a todos
Vielen Dank euch allen
Tack alla
Хвала свима
Gràcies a tots pic.twitter.com/7yPRs7QrOi— Rafa Nadal (@RafaelNadal) October 10, 2024
Se marcha Nadal como el Señor de la Tierra, incontestable dominador de la superficie más estratégica, con 92 títulos en el zurrón —14 en Roland Garros y un global de 63 sobre arcilla— y con el sello del competidor más feroz, capaz de asaltar el reinado de Federer y de resistir al cuerpo a cuerpo con Djokovic. Supo adaptarse al vértigo moderno y perpetuarse. Cambió la forma, pero no el fondo. A partir de la treintena, ya no había melena ni pantalones piratas, pero el espíritu era el mismo de aquel chico que amanecía a las siete de la mañana e iba con su tío Toni al Club Tenis Manacor, en busca de ese 0,1% extra; diestro, pero que acabó jugando con la zurda; con carácter, pero siempre receptivo; tan peleón como disciplinado, apasionado, educado y hasta cierto punto paradójico, porque de adolescente soñaba con el templo verde de Londres y acabó adueñándose del santuario rojizo de París, donde la organización le rinde tributo desde hace tres años con una escultura de 800 kilos y tres metros de altura.
No hay, en cualquier caso, medida ni volumen para dimensionar a un ganador moldeado a partir de la aplastante lógica de su entrenador: bola a bola, punto a punto. Jamás más allá. Terrícola en origen —ganó su primer Roland Garros con 19 años, en 2005—, enseguida fue destapándose como un hambriento camaleón. Rindió a Federer en la final de las finales seguramente, aquel maravilloso careo en el All England Club (2008) del que tanta literatura se ha hecho, y un año después, 2009, asaltó el imperio de cemento de los anglosajones, con el suizo entre lágrimas aquella noche de Melbourne: “Dios, esto me está matando…”. Continuó y en el siguiente ejercicio también se apoderó de Nueva York, firmemente decidido a postularse al gran trono histórico, pero encontrándose a la vez con las espinas esparcidas en el trazado por su propio físico –rodillas, espalda, muñeca, apéndice…– y cayendo en la treintena en un territorio desconocido: el de la duda. Le atrapó la ansiedad durante un año, pero escapó y se rehizo sin dejar de evolucionar, cada vez más completo.
A un lado Toni, y a partir de 2018 bajo la tutela única de Carlos Moyà, ídolo, amigo y confidente, reinventó su tenis en la treintena para ahorrar kilometraje y sobrevivir a unos tiempos en los que se penaliza pensar demasiado. Nueva etapa, nuevo perfil; menos correr, reducir la estancia en pista y potenciar el juego más directo; esto es, Nadal en versión flash. Así logró triunfar por cuarta vez en el US Open, tras una de las finales más crudas que ha disputado, frente al ruso Daniil Medvedev, y así volvió a rendir al de Moscú en el inverosímil desenlace australiano de 2022, cuando la inteligencia artificial le concedía un margen mínimo para la recuperación. En aquel episodio, 5h 24m de thriller, el mallorquín se hizo definitivamente eterno. “Es mi triunfo más inesperado”, expresó, situado por primera vez por delante de Federer y Djokovic en la gran pugna histórica.
Este jueves, Nadal se acordaba de su familia, su padre, Sebastián, su tío Toni, su mujer, Mery… Y agradecía precisamente “a toda la industria del tenis” y a sus compañeros por esos momentos que, dice, recordará durante toda su vida. Referencias explícitas al trío que conquistó el tenis en los últimos 20 años. El serbio (24 grandes) es finalmente el vencedor de la gran carrera, pero él (22) lo deja con una distinción exclusiva y el suizo (20) aplaude desde las montañas: Nadal, el héroe de carne y hueso que siempre se superó y que, sobre todo, traspasó la frontera emocional de los títulos.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.