A las 7.55 de la mañana, un piloto estadounidense despegó del aeropuerto de Hermosillo, en el Estado de Sonora, en el norte de México. Poco más de dos horas después, la avioneta aterrizaba en un pequeño aeropuerto privado cercano a la ciudad fronteriza de El Paso, Texas, con dos pasajeros más. Ambos fueron detenidos por agentes federales al pisar suelo estadounidense. Eran Ismael el Mayo Zambada, más de 30 años en la cima de narcotráfico, y Joaquín Guzmán López, uno de los hijos de El Chapo. Más allá de estos detalles, la historia de la misteriosa detención este jueves de los dos capos del Cartel de Sinaloa, sin un solo tiro de por medio, es todavía un relato lleno de agujeros, sospechas y contradicciones.
Está la tesis de la traición: el veterano Mayo habría caído en una trampa del hijo de su antiguo compadre, que le habría vendido a cambio de beneficios para él y su familia. Está la teoría de la rendición: viejo, enfermo y acorralado, Zambada habría claudicado tras haber negociado buenas condiciones y reencontrase con sus hijos, presos al otro lado de la frontera. Y está la versión oficial de EE UU: un gran golpe al corazón del cartel de Sinaloa fruto de su guerra implacable contra el fentanilo.
El Gobierno mexicano se ha puesto de momento de perfil, solo ha reconocido que no participó en la operación y ha aportado como información propia poco más que de Hermosillo solo salió el piloto, sin los capos. “No sabemos si fue una entrega o una captura”, dijo este viernes la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, que asumirá el poder en otoño y que hereda del mandatario saliente, Andrés Manuel López Obrador, una relación delicada con los agentes especiales y de inteligencia estadounidense que operan en territorio mexicano.
Desde la Casa Blanca han sido más explícitos con el objetivo de capitalizar políticamente las capturas en plena campaña electoral. El presidente Joe Biden celebró las detenciones como respuesta a las acusaciones de los republicanos de permitir el flujo del potente opiáceo sintético, que ha provocado cientos de miles de muertes de estadounidenses, y del que responsabilizan a los narcos de Sinaloa. En todo caso, ninguna autoridad ha dado oficialmente sobre más detalles sobre la detención. Lo que sí se han repetido son las filtraciones a distintos medios apuntando a la teoría de la emboscada traicionera.
Citando fuentes del Departamento de Seguridad Nacional, el diario The Wall Street Jornal publica que tras meses de negociaciones con el FBI, el hijo de El Chapo finalmente habría aceptado vender a Zambada. Con el anzuelo de revisar unas pistas de aterrizaje clandestinas para la distribución de droga, la avioneta se desvió al otro lado de la frontera sin conocimiento del capo y acabó esposado en Texas. Otra versión de la teoría de la traición, publicada por The New York Times, es que el anzuelo eran unas propiedades que previsiblemente servirían para el lavado de dinero.
En su primera cita con los tribunales, Zambada ha sido este viernes acusado de cinco cargos: tráfico de fentanilo, cocaína y marihuana, lavado de dinero, secuestro, uso de armas de fuego y conspiración para matar. Una pesada losa que puede condenar al veterano capo, 76 años, a pasar el resto de su vida entre rejas. La dureza contra Zambada contrasta con los cargos imputados a Joaquín Guzmán, de 38 años, que solo se enfrentará al de tráfico de cocaína, heroína y metanfetaminas. En medio de tanta especulación, una pista atraviesa el caso: si Guzmán se declara culpable en los próximos días se ensancharía la tesis de la delación y de que su defensa trabaja en un acuerdo con el Departamento de Justicia.
Zambada se presentó a la audiencia en silla de ruedas. Sólo se levantó para escuchar los cargos en su contra. Un último informe de la DEA apuntaba a que el capo estaba delicado de salud, cuestionando su capacidad de liderazgo. En otra filtración, esta vez a Los Angeles Times, un agente relacionado con el operativo dijo: “El viejo fue engañado. Esta fue una cabriola épica, de las que se ven una vez en la vida”. Este mismo viernes, la salida de los juzgados el abogado de Zambada no habló de traición, pero ante preguntas de la prensa descartó la rendición pactada: “puedo afirmar que no se entregó voluntariamente. Fue traído en contra de su voluntad”.
A falta de una versión oficial definitiva, en México sorprende la supuesta ingenuidad de un capo veterano y resabiado, que ha logrado pasar más de cinco décadas traficando, tres de ellas en los más alto de la mafia más poderosa, sin pisar hasta ahora la cárcel. El hecho de que un jefe de jefes, con su edad y con sus achaques, vuele en una avioneta para supervisar una pista aterrizaje o unas propiedades llama la atención. Sobre todo para alguien que se ha pasado media vida extremando las precauciones a base de disciplina y austeridad, cobijado la mayor parte del tiempo en sus guaridas de la sierra sinaloense.
Además, que lo hiciera con Joaquín Guzmán, teóricamente miembro de una facción diferente a la de Zambada dentro de la mafia sinaloense. Desde la tercera y definitiva captura de El Chapo en enero de 2016, el poder interno se fracturó. Hasta cuatro grupos se dividían en paste, en una relación no siempre amistosa. Los hijos de El Chapo, que había fundado el cartel con Zambada en los noventa, forman el grupo conocido como Los Chapitos. En los últimos años, los operativos contra el grupo de Sinaloa han ido en aumento. En especial desde que la Justicia estadounidense lanzara una ofensiva contra el fentanilo, el opioide que está provocando una epidemia mortal al otro lado de la frontera. Los Chapitos, y recientemente El Mayo, son considerados los principales responsables.
De la parte de los Chapitos, Ovidio Guzmán López fue extraditado a Estados Unidos en septiembre pasado, y también fue capturado Néstor Isidro Pérez Salas, conocido como El nini, considerado como uno de los jefes de sicarios de la organización. De la gente de El Mayo, dos de sus hijos también están presos en EE UU. Vicente Zambada Niebla, Vicentillo, y Ismael Zambada Imperial, El Mayito Gordo. Al igual que uno de sus hermanos, Jesús Reynaldo, El Rey, Zambada, que fue clave en la condena a cadena perpetua de El Chapo al declarar contra él con todo detalle durante el juicio en Nueva York.
Todos estos antecedentes son también incentivos para negociar por parte de los que todavía no están entre rejas. En el caso de Zambada, siempre ha sido considerado el capo mejor conectado políticamente, con puentes con altas autoridades dentro y fuera de México. En esta misma línea, The New York Times cita cinco fuentes diferentes que aseguran que el capo lleva negociando desde hace al menos tres años con agentes federales estadounidense las condiciones de su posible rendición. También apunta que, de los hermanos de El Chapo, Joaquín Guzmán era el que más contactos ha tendido desde la caída de su padre.
Este es el caldo de cultivo que alimenta tanto la tesis de la traición como de la rendición negociada. Dos patrones repetidos muchas veces por los jefes de las mafias en sus maneras de actuar, una especie de decisión por el mal menor cuando el destino aprieta. Negociar prebendas -menos años de pena, conservar propiedades, dinero- aunque sea a costa de vender a tu socio y traicionar los códigos de lealtad del hampa.
En el caso de El Mayo, las autoridades estadounidenses estiman su patrimonio tras toda una vida criminal en al menos 14.000 millones de dólares, tanto en dinero como propiedades producto del lavado de dinero ha ganado a lo largo de los años. Solo este patrimonio sería suficiente para colocarlo entre las 200 personas más ricas del mundo de Bloomberg.
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