Primero de enero es para los cubanos más que el inicio de un nuevo año. Es agradecimiento por el triunfo, que con barbas de verde olivo bajó de la montaña, con el corazón repleto de promesas y las manos llenas de realizaciones. El día que echa a andar el calendario anual es para nosotros, jornada en la que hacemos una nueva reverencia a los caídos, por darnos tanta dicha y regamos con sudor el surco abonado de sangre en que toma altura su semilla.
Los que aquí nacimos y queremos a Cuba, sentimos legítimo orgullo cada vez que enero abre sus cortinas y nos encuentra firmes y viriles, reafirmándonos en la decisión de no regresar jamás, a un pasado en el que Cuba se hundía encadenada y su pueblo malvivía en afrenta y oprobio sumido.
Enero es para nosotros, significativo punto de partida para replantearnos anhelos inconclusos y sueños por cumplir. El primer día del año es el espacio ideal en el que el optimismo y la alegría se nos acrecientan, más allá de la cantidad y calidad de la mesa del día anterior.
Aprendimos hace tiempo que el mal sabor de los días grises, turbulentos y oscuros que atrás quedan, no pueden empañar en enero, el brillo del día que nos marca un nuevo punto de partida. Si miramos atrás al comenzar el almanaque, es solo por la vocación y por la voluntad de aprender de las dificultades y no repetir errores del pasado.
En enero seguimos pensando con más fuerza y convicción en que somos dueños del presente y del futuro que nos estamos construyendo, porque nada ni nadie ha podido disminuir nuestra capacidad de convertir los problemas en oportunidades y los obstáculos en metas cada vez más altas, con el fin llegar siempre más lejos.
Y más lejos no se trata solo de distancias que se pueden medir. Se trata de adelantar, a partir de cada enero y todos los días por venir, a límites superiores de justicia y felicidad para todos.
Se trata de que cada año, abriendo enero, queremos ser las mismas, pero nuevas y mejores personas, más atentas con el vecino, más preocupadas por la familia, más sensibilizadas y coherentes con el sistema social que estamos labrando y más solidarias con aquellos que necesitan de nosotros, en cualquier parte del mundo.
A eso se debe, que para regocijo nuestro, enero tras enero, el mundo nos vea plenos, renovados y felices; privilegiados de vivir en libertad, aún cuando la tengamos que pagar al precio del odio, de las agresiones ideológicas y de las privaciones materiales que nos impone desde fuera un enemigo histórico y hostil, incapaz de convivir con nuestra irrenunciable decisión de Patria o Muerte.