K.Longo
Cuando el buscador cubano Fernando Ortiz, desvelador de mundos afrodescendientes en los reinos social y cultural de su país natal, publicó, en 1906, Los negros brujos (apuntes para un estudio de etnología criminal) abrió un portal hacia las revisiones serias de los fundamentos de nuestra afrodescendencia antillana. Su estudio de joven doctor en Derecho incluyó, entre otros temas, los sacrificios humanos por parte de algunos afrodescendientes en Cuba como ofrendas a una deidad en señal de homenaje o expiación.
Abriendo el foco, incluyamos la atrocidad que nos atolondra en Gaza. Los sacrificios allí no inmolan muertes rituales ni sagradas, sino que se trata de sacrificios humanos seculares en la actualidad, perpretados por el Estado.
Para retomar el hilo, le debemos mucho al gigante Fernando Ortiz. A pesar de que Los negros brujos fue obra de juventud de criminólogo recién graduado que aplicó sus estudios de manera novedosa para el positivismo de la época a una etnografía cultural, la semilla se regó como verdolaga en estudios propios y de investigadores posteriores.
Jossiana Arroyo, cien años después publicó, en 2006, su tesis doctoral con el título de Travestismos culturales: Literatura en Cuba y Brasil e iluminó con un análisis acuciante el modo en que la población negra y mulata fue entrecruzada a discursos de la “cultura” dominante para beneficiar al poder dominante. A mí, la obra de la puertorriqueña contemporánea me invitó a revisar con ojo atento, muy atento, nociones totalizantes como “la cubanía” y “la puertorriqueñidad”, “lo negro” y “lo blanco”.
No me pongo del lado de la fragmentación social-cultural, ni tampoco política, de nuestro reino en este mundo. Au contraire, escribo estas líneas para exponer la no-dualidad, con referencia directa a que no hay separación en esta vida, por más obnubilado que esté mi entendimiento por la ignorancia. Pretendo con estas líneas abogar por la unidad en la diversidad, sin diluirla, sino abrazarla en sus oposiciones.
Recordemos puntos de fuga similares como estrategia para zafarse de privaciones sistémicas de libertad, cotidianas y ancestrales, proclamadas con reverberación por exploradores de la Verdad fundamental, como, en primer lugar, Heráclito de Éfeso, filósofo presocrático que no se permitió ser secuestrado por el régimen totalizante que pretendió imponerle el logos: la palabra, la lógica prehecha a todo individuo libre al nacer y posteriormente enclaustrado por la socialización en todo un mundo normalizante que no trasciende.
En segundo lugar, les transmito la actitud mental africana, proveniente de lo que la invasión europea denomina “Suráfrica”. Esta actitud ha bañado mis pies cuando marchan sobre la playa del océano infinito del conocimiento. Una persona “ubuntu” es aquella, según estos africanos, que está abierta y disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazada cuando otras son capaces y son buenas en algo, porque está segura de sí misma, ya que sabe que pertenece a una gran totalidad que se contrae cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, incluyéndonos a nosotros con nosotros mismos.
En nuestro mundo “desarrollado” y “postindustrializado” creemos haber superado el sacrificio ritual. Lo catalogamos de práctica abyecta y “primitiva”, aunque sigue vigente ante nuestras propias narices de humanos bipidestados. La comercialización de la salud, de la educación y de otros derechos fundamentales, tales como el respaldo cotidiano y estable de la energía eléctrica, de la biosfera saludable al servicio de la vida, en otras palabras, la venta de la paz y el bien-estar-y-del-ser en el reino de este mundo se vienen consintiendo con asentimiento y acatamiento por parte de los gobernados. La admisión generalizada de lo conveniente es una instancia diferente de sacrificios humanos en este momento actual preelecionario.
En los Estados Unidos, como un ejemplo más entre muchos en la actualidad, se intenta fortalecer la exclusión con historias directamente necropolíticas en cuanto al rapto de los gatos caseros con el fin de sacrificarlos, y, con la agencia de estas historias trágicas, estigmatizar a una población haitiana de emigrantes. Este oscuro objeto del deseo hegemónico tiene la intención perversa de dirigir la opinión de algunos hacia el mal uso del limitadísimo poder social y político impuesto para dictaminar cómo algunos pueden vivir y cómo algunos deben morir. Estas políticas de muerte constituyen obviamente categorías falsas de otredad para crear zombis o muertos vivientes.
Y sobre los gatos, domesticados a partir del 7,500 antes de la era actual, psicopompos, entre otros animales, que conducen a las almas de los difuntos hacia ultratumba, comencemos a revisar de manera menos superficial, cómo la reproducción descontrolada de los felinos por las calles de San Juan, considerada como una ciudad que hace rato se desparramó patológicamente fuera de las murallas, es presa de una planificación mal hecha que dio prioridad al lucro desmedido que nos aqueja en la fundamental estética cotidiana, la dignidad y participación en la vida pública como complemento a una vida interior individual plena.
Otro sacrificio humano en el día a día nuestro.
¿Ellos?…
¡Nosotros!