Un Julio Cortázar (1914-1984) diferente y abordado desde otra perspectiva: desde los números, la naturaleza y, sobre todo, desde la geometría, a partir de sus sueños recurrentes. Cortázar Escénico fue la propuesta que se llevó a cabo el Centro Cultural Recoleta en el marco del Año Cortázar para recordar al memorable escritor argentino, el creador de Rayuela –un clásico de la literatura hispanoamericana–, sus grandes cuentos y sus novelas, al cumplirse el 110° aniversario de su nacimiento y a 40 años de su muerte.
La Capilla de El Recoleta sirvió de escenario en esta doble actividad cortazariana: primero, la escritora Luisa Valenzuela –gran amiga de Cortázar– y el presidente de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, Julio César Crivelli, dialogaron sobre las ensoñaciones cortazarianas que escapan a la linealidad temporal seguida por una presentación performática de la obra de teatro Nada a Pehuajó, a cargo de Halima Tahan Ferreyra.
¿Cómo surgió la idea?
“Un día, Luisa (Valenzuela), en una charla de café sobre sobre Cortázar, me comentó que poco antes de morir Cortázar había tenido un sueño de geometrías”, reveló Crivelli, también abogado, coleccionista de arte y escritor.
“Con ella empecé a hablar sobre el significado griego de la geometría y me contó lo de Nada a Pehuajó: no la conocía. Cuando la leí, descubrí que tiene un desorden dialéctico gigantesco pero opera sobre un orden estricto, que es el orden de un tablero de ajedrez. Hay una contradicción enorme que me resulta sumamente atractiva y es la contradicción que todos llevamos adentro”, subrayó.
En noviembre de 1983, Cortázar se encontraba de viaje por Nueva York. El escritor llamó a su amiga Luisa Valenzuela, quien residía en La gran manzana, para conversar sobre sus proyectos y su estado de salud. “¿Tenés alguna idea o noción de lo que querés escribir”?, preguntó Valenzuela a su amigo. “No tengo ninguna noción pero sí un sueño recurrente: el editor me entrega mi último libro perfectamente editado. Cuando lo veo, me doy cuenta que al fin puedo decir todo lo que he querido decir a lo largo de mi vida. He podido unir mis dos vertientes: ser escritor de ficción y militante político”, recordó la respuesta de Cortázar.
“No me sorprende que el libro esté completamente escrito con figuras geométricas en lugar de palabras. Esto fue en noviembre de 1983. Desgraciadamente, Cortázar falleció el 12 de febrero de 1984. Era un libro premonitorio”, sentenció su amiga, también escritora.
Valenzuela comenzó a investigar sobre la escritura y su relación con los sueños. “Él ha escrito mucho sobre los sueños, se ha interesado mucho.”Casa Tomada” es un cuento que primero fue un sueño. También hubo otros que fueron un sueño. El sueño compartido aparece en la novela 62/Modelo para armar”, puntualizó.
En 1997, Alfaguara envió a sus escritores un pequeño libro llamado Cuaderno de Zihuantanejo, de Cortázar, donde hacía referencia a los sueños de los años 60 y 70.
“Él tiene un sueño recurrente cuando abre el cajón de su escritorio y encuentra un enorme manuscrito de 40 x 50 centímetros atado por un hilo muy tosco pero escrito con una grafía, con unas letras o jeroglíficos incomprensibles y fórmulas matemáticas, tangentes, teoremas resueltos y fórmulas alquímicas. Parece ser el manuscrito del libro que iba a soñar después ya publicado poco antes de su muerte”, deslizó Valenzuela.
¿Por qué la geometría?
Las ensoñaciones cortazarianas se entrelazan en un caos, el de la existencia de las personas, algo que muy pocos conocen. “Desde el punto de vista de los griegos, la geometría es un calmante del terror primordial al caos. Es medir la tierra, encontrar formas comunes en las infinitas formas de la naturaleza”, explicó Crivelli en diálogo con Valenzuela.
“Los griegos decían que en el tronco de un árbol y en el cuello de un cisne hay un cilindro. Entonces, hay una ley. Ellos se levantan desde el principio entre el cosmos y el caos y buscan de algunas formas que esto sea un cosmos: lo seguimos buscando hasta el día de hoy más allá que no sabemos qué pasa antes de nacer y después de morir. Para el orden de las cosas, necesitamos leyes para un principio y un final. La geometría es la ley que de alguna manera permite el control de la tierra”, aseguró.
Según Crivelli, la geometría tiene distintos elementos. “Como dijo Aristóteles, arranca por un primer motor inmóvil, por el punto. No es una figura geométrica pero es el inicio de toda la geometría”.
“El punto no tiene superficie, longitud, volumen ni ángulos. La figura geométrica empieza por su propia negación, como en el alfabeto de los hebreos: comienza por la letra alfa pero no tiene pronunciación”, afirmó el presidente de Amigos del Bellas Artes.
“A partir de ahí aparece la recta que es el sentido del infinito, es la contradicción de la geometría porque implica el caos: no se sabe dónde nace ni dónde termina”, reflexionó.
El triángulo, primera figura geométrica
“El triángulo es el número 3: o sea, es el desequilibrio”, expresó Crivelli. “El número 2 es el reposo y el número 3 es la vida, el desequilibro. El triángulo representa eso”, remató.
Otro elemento central es el círculo: representa la resurrección. “Cuando llegamos a los cuerpos geométricos, se transforma en esfera, en cúpula. La cúpula es el útero, el origen de todo. Cuando entramos a los templos entramos al origen de todo, entramos al útero de la vida”, señaló Crivelli.
El cuadrado es la razón. “Representa a los cuatro puntos cardinales, a las cuatro estaciones, y a las cuatro fases de la Luna. Finalmente, está el descubrimiento platónico: los sólidos platónicos. La pirámide que es el fuego, la energía. Lo que nos hace vivir”.
En cambio, el icosaedro es el agua, el deseo. “Para los griegos, el agua es el deseo porque el agua es incontenible: inunda todo”.
“¿Qué lo detiene? La razón, que es el cubo. O sea, el cuadrado, la tierra. Por eso, todavía llamamos continente a la tierra porque contiene al mar incontenible”, explicó Crivelli.
Valenzuela contó cuando Cortázar le había comentado sobre su libro de geometría. Por eso, quiso regalarle un libro de geometría sagrada. “Ahí veo la sincronización de su idea, ya que quería unir su faceta de creador literario con su aspecto militante político. Le dije: ‘ahí tenés este juego de las dobles geometrías’”.
Cortázar y el “8”
El ocho es el número que representa la perfección. “La figura del ‘8’ es totalmente simétrica. Es el número de la armonía y de la felicidad de los seres humanos”, explicó Luisa Valenzuela. También recordó una de las últimas entrevistas que dio Cortázar cuando publicó su libro Deshoras. “Dijo que su libro tiene 8 cuentos como tantos otros libros míos”.
“Bestiario tiene ocho cuentos, lo mismo con Todos los fuegos el fuego. Octaedro también ocho cuentos”, enumeró. “En cada uno de estos libros hay cuentos donde el deseo está materializado por algún ente o animal, como el tigre en “Bestiario”. Cortázar decía que había que evitar el tigre pero es el deseo que circula en esta pareja ilícita. El caballo, que aparece en el cuento “Verano”, del libro Octaedro, ataca a la gente cuando llega la niña pre–púber que va despertando a las pasiones en esa casa. Es muy interesante cómo juega el deseo en estos ocho cuentos”, completó Valenzuela.
Entre Mandala y Rayuela
La obra cumbre de Cortázar, publicada en 1963, también tiene reminiscencias de la antigua Grecia. Así lo explicó Julio Criveli. “Hay una conexión muy grande con Rayuela: Rayuela es este tránsito entre el deseo (los griegos lo simbolizaban como el mar), la tierra (el intelecto) y el cielo (el misterio al que no se puede llegar). Pero con la intuición La Maga llega, Horacio Olivera (protagonista central de la novela) con la razón no llega y está en esta misma estructura en la obra Nada a Pahuajó, donde hay un orden que subyace al desorden”.
Durante la charla, Valenzuela recordó que Cortázar quería ponerle Mandala como título a su obra maestra. “Las mandalas son las figuras de la meditación que abren al espacio de la conciencia y de la luz del conocimiento”.
“Cuando me dijo que le iba a poner Mandala, ahí le dije: Mandala a… Entonces le puso Rayuela”, contó su amiga, entre risas. “El ‘Mandala’ es decisivo: si uno lo toma seriamente, lleva a hasta el espíritu. En cambio, la Rayuela, no: va de la tierra hasta el cielo. O sea, va al espíritu pero juega el azar. Si tiro mal la piedra y perdí entonces no llegué al cielo. Por eso, Mandala y Rayuela tienen diferencia esencial”, añadió Crivelli.
Tras la charla, llegó el turno de Invitación al juego (dirigida por Halima Tahan Ferreyra), una “perfo” que combina reflexiones y fragmentos escénicos de la pieza Nada a Pehuajó, de Cortázar. Una expresión dramática y lúdica del mundo exterior, un laberinto fantasmal en el que el ser humano intenta escapar, con actuaciones de Lorena Szekely y Alejandro Schijman y música de Julián Vatenberg, para cerrar Cortázar Escénico en homenaje al inolvidable escritor argentino.