Ni siquiera necesitamos una vieja foto para acordarnos de esta “novia”, aunque fuese de las primeras. Recordamos sus pasillos brillosos, la plazoleta donde una pareja hacía de Pimpinela o proyectaban cintas del cine móvil, los sótanos en que solíamos escondernos y el edificio docente con su magnífica vista de naranjales y de Artemisa.
Ya no hay columnas o paredes que prueben la existencia del Instituto Preuniversitario en el Campo República Popular del Congo. La edificación desapareció. Ni ruinas ni escombros. Entre la maleza y la indolencia se tragaron lo que quedaba. Pero alumnos y profesores no la dejamos morir, no en el corazón.
Un día cerraron definitivamente las escuelas en el campo, aquel plan fidelista basado en la idea martiana de combinar el estudio y el trabajo, aquel semillero de futuros profesionales esparcido por el territorio de la otrora Habana, donde nacieron las provincias Mayabeque y Artemisa.
Atrás quedaron los años ’70, e incluso los ’80. Las circunstancias cambiaron. Y tales aulas, albergues, bancos y manojo de sueños, sufrieron un inesperado abandono; el más cruel lo padeció el Congo. Sin embargo, la mayoría de sus “inquilinos” no olvidamos; por eso, hemos planeado emotivas citas, en septiembre de 2023 y 2024, entre discípulos, profesores y otros que trabajaron en ese centro estudiantil.
Por siempre, nuestro pre
Fiesta y reencuentro suelen ser palabras mágicas para los cubanos. Si encima, la convocatoria usa como resorte expresarle gratitud a los profes y revivir anécdotas alrededor de una piscina, con música, ron y cervezas, el conjuro no puede fallar.
No obstante, la primera parada no sería alegre. Era el imprescindible homenaje a un recién fallecido cocinero de la escuela, el muy querido Carlos, al cual regalamos aplausos y una losa con la foto juntos el año anterior.
Tampoco podía faltar la visita al lugar donde estuvo el plantel; no importa que no quedara estructura alguna, allí están las raíces de muchos.
Así que varias generaciones montamos en ómnibus escolares, como antaño, y partimos a revivir momentos; a conocer las profesiones, familias y senderos que tomaron los amigos; a compartir con los profes; bailar y reír.
Con los profesores Jorge Luis, Pepe, Larrinaga, El Tingo, Pedrito, Tamarit, Mauri, Carmen… estuvo también Chano, el primer director del Congo; Fofi, el director municipal de Educación en esa época, y otros que llegaron mediante videollamadas, como Nelson “el tío”.
Volvimos a escuchar las bromas del Larri, las argucias de alguien para evadir las tareas de Matemáticas de Gladys, los llamados a los varones a salir de la puerta del albergue de las niñas, los regaños de Pastor por los pantalones cortos de un alumno…
Hasta “escuchamos” el carrito que traía el pan a las 6:00 de la tarde, las canciones para despertar en la mañana y las preguntas de Pepe para entrar al aula, tan eficaces en fijar el aprendizaje.
Martina Laza Figueredo se emocionó al revivir la inauguración en 1975, por Fidel y Marien Ngouabi, entonces Presidente del Congo, y la elección de diez alumnos destacados para visitar esa nación africana. Recordó, además, las prestigiosas orquestas que nos llevaban hasta allí, desde Irakere hasta la Aragón.
“Bailamos. Nos divertimos. Estudiamos. Fuimos una generación que se dedicó al campo, a la piña, al plátano, y hacíamos travesuras como cualquier joven. Practicábamos baloncesto. Organizábamos festivales de música. Y los dirigentes de la FEEM siempre teníamos a nuestro pre en primer lugar. Después nos graduamos e hicimos profesionales, en una rama u otra.
“Los que están fuera del país se comunicaron por videollamadas, muy contentos. Nos desearon lo mejor y reafirmaron que este sigue siendo su pre y esta su Patria, estén donde estén”.
Un nuevo sueño
Cuenta Juan Permuy Felipe que “la idea surgió a partir de ‘los congueros de Lisboa’. Eran estudiantes de La Habana, de los fundadores. Después se sumaron los de Guanajay y se creó un grupo en Facebook. Un buen día empezamos a hablar. Rescatamos a profesores y alumnos dispersos, y Sandra Elizabeth González ideó el reencuentro.
“¿Qué puedo decir? Esta tradición de reunirnos me llegó hasta los tuétanos, como decimos los guajiros. Había que aglutinar a todas las generaciones del Congo. El viejo mío me enseñó que las raíces no se pierden, y estas son las de casi todos los profesionales que nos graduamos y tuvimos el honor de pasar por esa escuela.
“Este es un grupo de amor, de amistad, de compañerismo. Eso ha significado el Congo. Y la gente cree en cuanto estamos haciendo. Hasta comenzamos a construir un nuevo sueño.
“Invitamos al campesino que tiene en usufructo la tierra donde estaba el pre, y estuvo de acuerdo en el proyecto de rescate de esos terrenos; no vamos a construir, porque Cuba no está en condiciones de eso, pero sí convertirlo en algo bonito. Será el regalo para 2025, cuando la escuela cumpla 50 años de fundada.
“Me hice un pulóver con una imagen del primer encuentro. Y vamos a lanzar una campaña comunicacional dentro del grupo: quienes vengan a la próxima actividad usarán un pulóver identificativo del Congo, que vamos a pagar todos”.
Las iniciativas se multiplican, porque el legado de aquellos años perdura, en el valioso tesoro que nos regalaron los profesores, en los tantos sueños realizados, en los primeros amores y en las amistades para siempre.
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