El apreciar el arte no es asunto de descubrir verdades sino de construirlas.
Roberto Valcárcel, 2012
Doce ataúdes de colores colocados en un círculo dentro de una sala. Los visitantes al museo caminan alrededor, preguntándose de qué se podría tratar. Está claro que la relación del ser humano con los ataúdes en sentido estricto lo remite a la muerte, son contenedores de cadáveres; lo que yace ahí es lo que queda cuando la vida abandonó a un cuerpo. “Restos mortales de quien en vida fue…” se suele escuchar. Es una temática a la que el artista Roberto Valcárcel no rehuía y, de manera explícita, puede encontrarse en su cuerpo de obra de más de cincuenta años1.
Sucede en ocasiones que, a tanta solemnidad y pulcritud visual en sus blancas salas, algunas exposiciones pueden ser claros códigos de comunicación para entendidos en arte, y al mismo tiempo tremendos debilitadores del espíritu de fantasía en los espectadores, sobre todo cuando son más jóvenes. En el caso de mi padre, ingeniero civil jubilado hace años, que de vez en cuando disfruta de visitar un museo, los objetos presentados en la muestra “Cien motivos para recordarte” en el Museo Altillo Beni, fueron de entrada una curiosidad y una rareza, que llamaron su atención. No sólo para buscar una interpretación seria, sino para aceptar un ejercicio lúdico, como corresponde. La muestra fue curada por Cecilia Bayá, y al trabajar a su lado pude estar al tanto de todas las fases del proyecto.
En cierto momento, antes de la inauguración, le pedí a mi papá que dejara volar su imaginación y me dijera lo que le provocaban aquellos objetos colocados en el museo, particularmente la instalación de los ataúdes de colores “Círculo cromático” (1992). Lo primero que respondió fue que le provocaba preguntarse qué había dentro de los ataúdes. Aquel despliegue de doce ataúdes, agrupados en un solo espacio, se le antojaba obra del mismo autor de aquellas muertes, incluso si se tratara de la defunción de ideas abstractas. “¿Acaso era un payaso? ¿Por qué pintar de colores tan vivos a todos los ataúdes?” De tratarse de un episodio en un programa televisivo policial, habría cabido preguntarse por los rastros de un asesino en serie con espíritu tragicómico.
Seguramente no era esta necesariamente la lectura que buscaba provocar Valcárcel; como buen artista contemporáneo –de la corriente del arte conceptual y tributario del giro lingüístico– el artista buscaba dislocar los significados obvios de aquella exhibición. Por tanto, no remitía a la muerte a secas, sería demasiado real. Sin embargo, en cierto modo, invoca la solemnidad de un velorio múltiple, compartido; pervierte la estética del ritual por el cual los seres humanos se reúnen para velar el cuerpo de un muerto.
Cada uno camina con su biblioteca a cuestas, y desde ahí afronta la experiencia de la lectura, no sólo de los libros y la palabra escrita, sino también de las imágenes. El caso de mi papá no era diferente, la existencia de aquellos ataúdes le recordó también a una memoria del cine que guardaba de su juventud, los espagueti westerns. Particularmente recordó un filme del pistolero Django, quien caminaba con un ataúd a cuestas, arrastrándolo, mientras se extendía la sospecha de si era un muerto lo que llevaba adentro. Esto es algo con lo que le interesaba mucho jugar a Roberto Valcárcel a nivel semántico: la tensión entre lo que significa y lo que permanece oculto, latente pero no manifiesto.
“Sería necesario tener presente que la obra actúa siempre en dos niveles. Según el poeta Yeats: por encima de la mesa y por debajo de la mesa; según los semiólogos, de modo denotativo (obvio, evidente, inequívoco, socialmente compartido, lingüísticamente confirmado, prácticamente absoluto) y de modo connotativo (sugerente, asociativo, subconsciente, comparativo, metafórico, analógico, relativo). […] Por supuesto, lo que más me interesa es precisamente lo que logra la obra de arte por debajo de la mesa” (Valcárcel, 2014).
Puede verse que la apreciación de mi papá estaba ocurriendo, inicialmente, en un nivel denotativo, es decir más literal, en términos de lo que llamamos la realidad. Pero probablemente no sólo es inevitable, sino que es imprescindible pasar por ese nivel denotativo para agotarlo, llevarlo a sus últimas secreciones, y luego dar paso al órgano que capta la ficción.
En el taller aledaño a la exposición, dirigido a promover la apreciación de esta muestra de homenaje a Roberto Valcárcel, llamamos la atención hacia la composición circular de los ataúdes en la arquitectura también circular del Museo Altillo Beni. Y aparecieron algunas interesantes participaciones, mayormente referidas a la idea del ciclo circular entre la vida y la muerte; una manera de hacer menos lúgubre la imagen de la muerte, siendo el colorido una estrategia para desplazarla de aquel luto con el que socialmente se la asocia.
Por otra parte, la información siempre permite atar otros cabos. A mi papá le mostré un fragmento en YouTube de una entrevista antigua que el periodista Carlos Mesa le hizo a Valcárcel en el programa “De Cerca”; ahí nuestro artista explicó la existencia de los otros artistas que habitaban en él, cada uno con un nombre y estilo propio, y cuya reunión había dado paso a que él firmara sus obras como “Grupo Valcárcel”. Como el mismo artista lo especifica en su libro de dos tomos, Valcárcel es una oficina de producciones. El nombre correcto es “producciones Valcárcel”, una entidad cultural destinada a la difusión del arte ecléctico, creada en mil novecientos ochenta y cuatro por un grupo de artistas anónimos. Es un colectivo de arte conformado por una persona, pero de varios personajes que, como ayudándonos de Fernando Pessoa, podríamos entender como los heterónimos de Valcárcel.
Al escuchar esto, mi papá abrió bien los ojos, como cuando alguien está a punto de decir ¡Eureka! Desde ese momento, la instalación “Círculo cromático” le pareció una referencia a aquella misma biografía ficcional del artista. Cada uno de los ataúdes había sido concebido para cada uno de los integrantes del Grupo Valcárcel.
1 Véase las páginas 166-168 en el libro Valcárcel. Tomo I. Plural editores, 2012.