Entrevista a don Edmidio Marín Pagán, participante en la Revolución Nacionalista del 30 de octubre 1950
CLARIDAD
Edmidio Marín Pagán tiene hoy 90 años. Fue el combatiente más joven en la Revolución Nacionalista en Jayuya, hace 75 años. No tiene reservas en decir a los jóvenes de hoy, “que no se crean el chiste de que ellos son muy jóvenes, como les dicen en algunas escuelas. Cuando yo cogí una pistola en las manos tenía 15 y aprendí a defender mi patria”.
Marín Pagán compartió con CLARIDAD algunos recuerdos de su participación y la de otros compañeros en el alzamiento armado que fue la Revolución Nacionalista de 1950 en Jayuya. Fue la segunda ocasión en nuestra historia en la que se proclamó la República de Puerto Rico. Jovial, con muchas anécdotas para contar, comienza por señalar su fecha de nacimiento: el 17 de enero de 1935.
Cuenta que luego de la Revolución fue enjuiciado en la Corte Federal de Estados Unidos en Puerto Rico. En la declaración de culpabilidad siempre había un indeciso en el jurado. Se volvía a deliberar y de nuevo había un indeciso. Entonces los federales detuvieron el juicio y los devolvieron a La Princesa. A los 16 días los volvieron a llevar a la corte. En esta ocasión, el abogado de los Nacionalistas, el licenciado José Hernández Valle, les dijo que el indeciso dudaba por Edmidio, de quien por ser menor de edad, pensaba que no lo podían enjuiciar. En esa otra ocasión el jurado declaró a todos culpables. “Ni yo, ni mi familia sabía lo que estaba pasando, por qué en esta ocasión era culpable”.
Don Edmidio, Elio Torresola, los hermanos Carlos y Fidel Irizarry, Blanca Canales, Miguel Rivera y Ramón Robles fueron juzgados en el Tribunal Federal por la quema de la oficina de correos del pueblo.
Años después de haber salido de prisión, en una ocasión que tuvo que ir al Registro Demográfico, encontró que habían alterado su fecha de nacimiento al 24 de febrero de 1934. El cambio puso a su hermana, Digna América Marín Pagán, a nacer cuatro meses antes que él, el 27 de octubre de 1933.
Tras el veredicto fue enviado a un supuesto reformatorio en Reno, Oklahoma. “No era fácil estar allí. Tuve varios trabajos. El primero fue haciendo escobas de paja. Hubo unos problemas y entonces me mandaron para la cocina. Ahí el revolú fue peor. Alguien se zafó y dijo algo de Puerto Rico que no me gustó. La verdad era que yo era muy impulsivo y, pues, lo enganché en el puño. Entonces ahí me dieron un sillazo y me dañaron en el rostro con una caída”.
Por ese altercado lo mandaron a lo que se conoce como “El hoyo”. Cuenta que estaba todo el día desnudo. A las seis de la tarde le tiraban una colchoneta. A las seis de la mañana se la quitaban. La comida era solo pan y agua. En una ocasión, cuando ya llevaba casi un mes, un doctor italiano daba un recorrido por la cárcel y ordenó que lo sacaran del hoyo. Aunque de primera intención los guardias se resistieron, ante la insistencia del galeno lo sacaron y este lo llevó ante el alcaide, desnudo tal como estaba. Antes le preguntó que si se atrevía a ir así, a lo que él contesto que sí. Ya en la oficina del alcaide, el médico les recriminó si creían que mantener a una persona en esas condiciones era justicia. ¿El resultado? El médico se hizo responsable de don Edmidio y lo mantuvo en el hospital por los 30 días que era el tiempo de castigo en el hoyo.
Don Edmidio no puede dejar de conmoverse al recordar que el médico lo mantuvo en un programa de visitas por un año, en ánimo de protegerle.
“Coabey era nuestro nido”
El héroe nacionalista describe lo que representa, tanto para él como para sus amigos de infancia y compañeros combatientes, el lugar de donde proceden. “En Coabey hay un charco, el Charco de la Suerte. Ahí los muchachos del barrio íbamos casi todas las noches con medio saco de chinas o las cañas que le robábamos a José Reyes”, contó entre risas sobre las maldades que hacían.
Don Edmidio llegó hasta el octavo grado. Comenzó el noveno, pero no lo terminó. Su primer acto de resistencia fue en la escuela primaria de Coabey. Se negó a saludar a la bandera de Estados Unidos. Le dijo a la maestra Aurea Rullán que esa no era su bandera y que si ella quería, al otro día él le llevaba una bandera de Puerto Rico. Ese día lo botaron de la escuela con una carta de regaño. Al día siguiente su padre lo acompañó a la escuela con una bandera de Puerto Rico y le dijo a la maestra que la bandera norteamericana yanqui no era ni la de su hijo ni la de él. Que si Edmidio no saludaba la bandera de Puerto Rico, entonces que sí lo mandara a la casa.
Sobre cómo se integró a la acción del 30 de octubre cuenta que ese compartir entre los jóvenes de Coabey fue un factor decisivo. Entre sus amigos tenía unos cuantos mayores que él, que habían regresado de la Segunda Guerra Mundial: los hermanos Irizarry, su primo Heriberto Marín y Griselio Torresola. Edmidio, su primo Heriberto y Griselio eran compañeros de ir al río y estuvieron juntos en el Club Cuatro H.
El 30 de octubre de 1950
De esa madrugada del 30 de octubre, contó: “De Coabey, cuando salimos, éramos 18 muchachos. El resto los cogimos en el camino. El comandante de nosotros era Carlos Irizarry, un capitán del ejército”.
Sobre su actuación en los hechos nos narra: “Yo junto a Miguel Ángel Román quemamos el correo y el cuartel de la Policía con una molotov. Yo tiré dos molotov. Cuando tiré la segunda y volteo hacia el cuartel, oigo una risita de un niño, y era un nene que lo habían abandonado en la casa. Me subí al segundo piso a tirar la bomba. Entro y agarro al niño, que estaba boca arriba riéndose, y cuando voy bajando, sube Elio Torresola. Me pregunta qué es lo que tienes en las manos. Entonces lo ve y se sorprende. Cuando salimos a la calle viene el papá. La casa era al lado del cuartel, de una barbería, un almacén de Domingo el Colorao. Luego, una escalera y las dos casas. El señor dice que él estaba trabajando. Su esposa fue quien salió corriendo. Yo no sé, pero no tenía tiempo para averiguar”.
Mientras el joven Edmidio quemaba el correo y el cuartel, su hermana Digna, estudiante de la escuela superior, bajaba la bandera de Estados Unidos del asta en la escuela junto a otro joven de apellido Rodríguez.
Marín y Miguel Pagán recibieron la orden de actuar de parte de Torresola, quien asumió el mando una vez Carlos Irizarry cae herido. En su relato, Don Edmidio expresó sus dudas de que Irizarry hubiese muerto por la herida recibida por parte del policía Camacho. Cuenta que el guardia Camacho le dispara a Carlos y que este le replica y lo mata. Se ha comentado que una enfermera en el hospital de Utuado, a donde fue llevado por Blanca Canales y Mario Irizarry, su primo, aseguró que la herida que tenía Carlos no era para morir, que lo terminaron de matar en el hospital.
La retirada
Cuando ya el fuego había consumido parte del pueblo, Torresola dio la orden de retirada. Allí ya no había más que hacer. El objetivo era salir para Utuado. Don Edmidio cuenta que estaban cayendo unos aguaceros terribles y que el camino era monte arriba. La lluvia provocó que se perdieran intentando llegar a Utuado. Salieron a un lugar conocido como Los 72 Muros, en dirección a Ciales. Ahí, una persona masón dueño de una hacienda les salvó la vida. La persona les previno de no seguir hacia Utuado porque los estaban esperando. Los montó en su Jeep. Era de madrugada y los llevó a su casa, en donde les dieron desayuno y les previno de que regresaran por Ciales y no por Utuado. “O sea, ya estábamos en territorio de Ciales a Jayuya”.

Para ese momento quedaban juntos él, Torresola y Pagán. Muy entusiasta, sigue contado cómo fue ese recorrido. Por el sector Mameyes de Jayuya se sale a Utuado. Por ahí bajaron y se perdieron otra vez. Salieron a la parte baja de los Tres Picachos, “el sector La Peña. Ya estamos en terreno nuestro. Allí conseguimos entrar a la casa de Toñito Cruz. Llegamos para el almuerzo”. Entonces se preguntaron: “¿Cómo vamos a entrar al barrio cuando en el batey nos está esperando toda la Guardia Nacional?”, y habían tirado morteros a los campos. Ya era el tres de noviembre. Elio Torresola visitó por unos momentos su casa, en donde estaban sus hijos, acompañado de Edmidio y Miguel Pagán. Luego salió a casa de Blanca Canales, en donde fue arrestado. El joven Edmidio fue a casa de sus padres, en donde también fue arrestado. No se sabe qué pasó con Pagán.
De la “Correccional” a Oso Blanco
Tras el arresto y el juicio en el Tribunal Federal, estuvo cinco años en la “Correccional” en Oklahoma. Luego fue trasladado directamente a Oso Blanco, en donde estuvo siete años. Se enteró en ese traslado de que su sentencia era de 200 años. Aún no sabe cómo fue que hubo una revisión de sentencia y le bajaron a una de 13 a 25 años. Después de 11 años y seis meses, salió de prisión el 21 de abril de 1961, por indulto del entonces gobernador, Roberto Sánchez Vilella.
“Yo no me puedo quejar ni un momento de mi familia. Tenía unas hermanas que eran independentistas. Uno de los esposos, el de Iris, era independentista también, Miguel Abreu. Mi hermana Ada Silvia, Awilda, tenemos un hogar que aunque no vayan por el mismo camino están ahí”. Eran ocho hermanos: seis hembras, él y otro hermano varón.
Al salir de prisión estuvo un tiempo en Chicago, hacia el 1975. Cada vez que conseguía un empleo lo despedían después de que agentes federales visitaban el lugar. Pero eso fue hace tiempo, sonríe: “El próximo año mi esposa Ibis Fernández y yo cumplimos 60 años de matrimonio”. Tienen dos hijos, Armando y Guadalupe.
A 75 años de los acontecimientos, don Edmidio no puede evitar emocionarse al recordar la gesta y a sus compañeros. Lo entristece la falta de reconocimiento. “Todo eso se mezcla, se llora. No puedo dormir tranquilo y arrancarme esas criaturas que no están conmigo, que se les ha privado de unos privilegios que se merecen. Aunque sea respeto, por dignidad. Más que nada, un agradecimiento por ese día”.
Este pasado 30 de octubre fue la primera vez que el héroe nacionalista recibió un reconocimiento. La celebración fue en la Casa Museo Blanca Canales, en Jayuya, por el Comité 30 de Octubre. Entre los presentes estuvieron su hijo Armando, sus hermanas Ada Sylvia y Awilda y su sobrina Ada Wilda Caraballo.
Al dar las gracias, don Edmidio expresó su deseo de hablar con los maestros: “A que cuando abran un libro para enseñar no expliquen los textos al revés, textos que son de mentira. A esa semilla que está creciendo ¿por qué no le dicen la verdad de nuestra historia? Vamos a aprender nuestra verdadera historia, vamos a vivirla. Somos una isla que la mayor parte ha sido diseñada para lujo del invasor, y eso quienes lo pueden evitar son nuestros maestros y juventud. Hay que educar como puertorriqueños. Respetamos la historia de cualquier otro país, nosotros convivimos con esas personas también, pero tenemos, es un deber, defender lo nuestro”.
