Especial para En Rojo
Dr. Alonso
Psiquiatra
Estimado doctor:
Saludos. Antes que nada, quiero que sepa que hice un tremendo esfuerzo por no escribirle, pero como puede ver, he fracasado, como en tantas otras cosas. Sin embargo, me siento orgullosa al darme cuenta de cómo cada vez domino mejor el arte de perder, el arte supremo del fracaso. Quizá sea porque, además de sus recomendaciones, he sumado a mis ya tradicionales terapias ocupacionales algunas lecturas que me sosiegan. Así que, siguiendo el consejo de un poema de Elizabeth Bishop, acepto la angustia de perder algo cada día, como «las llaves» o «las horas derrochadas en vano». También, como dice el poema, me he ido entrenando para «perder más lejos», es decir, para perder cosas mayores. Y, ante la gran pérdida, aquella que representaría un desastre, me agarro al concepto nietzscheano del Amor fati (amor al destino). De este modo, evito quedarme para siempre chapoteando en el charco de mis propias miserias.
Mas no se equivoque conmigo, doctor: para las mujeres de mi tamaño, la derrota es el escalón sobre el cual nos paramos cuando, al creernos a ras del suelo, el peligro de ser pisoteadas parece inminente. Digamos que su función, la de la derrota, es la de un dínamo que nos impulsa a seguir. Nos aferramos a ese peldaño como a una balsa en medio del mar, y flotamos hasta la próxima orilla. Supongo que usted ya sabe cómo es, porque de mujeres así está lleno nuestro país: de esas que, de tripas, hacen corazones. Usted las habrá visto, ¿verdad? Si lo ha hecho, sabrá que esto no es fácil. Ya una empieza a cansarse de que, para la mayoría de nosotras, todo tenga que ser una constante lucha por sobrevivir. De todas formas, no nos amilanamos, doctor. Fíjese que, en esta ocasión, el hecho de haber fallado en mi propósito inicial de no escribirle, hoy me servirá para ahondar en la fatalidad de hacerlo. Quiero que sepa que si fracasé fue por miedo. Desde que competimos con la inteligencia artificial, vivo más aterrada del prójimo que antes. Por eso me he visto en la imperiosa necesidad de acudir a usted nuevamente, para que me ayude a salvaguardar mi humana pequeñez en este mundo de gente capaz de renunciar a lo humano con tal de ser cada día más grande.
Es que me he puesto a pensar en cómo es que, por un lado, avanzamos, pero por otro, nos vamos a la mierda debido al nuevo logro tecnológico. Ya ha pasado antes, y se ha visto que es necesario tomar decisiones para que el adelanto no vaya en detrimento de lo mejor de nuestra humanidad. Pero el ser humano es ambicioso, algunos más que otros, y como dijo Goya, el pintor, no mi bisabuela: «el sueño de la razón produce monstruos».
Hay que andarse con cuidado, doctor. En estas cosas de perder, las mujeres, usualmente, perdemos más, porque siempre hemos estado en condición de desventaja frente al otro sexo. Ya veremos cómo nos irá frente a la IA. Aunque, con ella, todes enfrentamos un desafío similar al que, por ejemplo, representaron las nuevas tecnologías, las máquinas de guerra y hasta los medios de comunicación (el cine, la televisión, la fotografía, etc.) durante la época de transición histórica al siglo XX. En todos los ámbitos de la vida, incluido el del arte. ¿Sabe de lo que le hablo, doctor?
Los autores más vanguardistas tuvieron que arreglárselas y reforzar su espíritu crítico para lograr afirmar la «especificidad diferencial» del arte literario, de la palabra, frente a los nuevos medios de imagen que amenazaban con engullirlo. En estos momentos, igual que en el siglo pasado, el avance parece prometer progreso, pero siempre hay una parte de la humanidad que se queda atrás y vuelven a ponerse en juego nuestros valores y nuestra sensibilidad, que ya bastante trastocada está con el uso de tanto aparato que pretende moldear y dirigir nuestras vidas. No soy una reaccionaria, doc, sabe bien usted que no, pero tampoco soy la «loquita» que algunes creen que soy. Me doy cuenta de todo. Por ejemplo, veo lo problemático que es para la lucha contra el patriarcado que esa inteligencia artificial la estén desarrollando mayoritariamente hombres. Todavía es muy reducida la participación de las mujeres en los campos de estudio y de trabajo STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, metemáticas) en comparación con la de ellos. Esto significa que, a través de la inofrmación que reciben y que generan estas «inteligencias», la brecha de género no sólo se perpetúa, sino que se amplifica, contribuyendo a la reproducción de estereotipos y sesgos machistas, doctor. Además, ya leí lo que un colega suyo ha dicho sobre los peligros del uso equivocado de estos sistemas para el conjunto de la humanidad, pero sobre todo para los jóvenes, a quienes habría que proteger para que estas tecnologías no sustituyan su experiencia humana. Se supone que estas herramientas deberían servir para potenciar nuestras capacidades, no para inhibirlas. ¿Verdad que no se equivoca su colega, doctor? La verdad es que me da terror pensar que el criterio para abordar las cosas más profundas de la vida esté siendo forjado con el contenido de las apps y bajo la idea de que la vida funciona como una de ellas. Me preocupa que sea un algoritmo el que nos dirija la vida, que nos diga qué sentir, cómo reaccionar, qué desear, rechazar, o aceptar. Me da tristeza que el uso equivocado de estos aparatos robe a las nuevas generaciones la oportunidad de experimentar lo que realmente nos hace humanos: enfrentar los retos de la vida y la satisfacción de cuando logramos sobreponernos a las pérdidas y los fracasos que estos conlleven. Me entristece pensar que no lleguen a conocer tampoco la particular alegría que se siente alcanzar aquello que una vez estuvo tan lejos, porque ahora, para muchos, nada parecería estar lo suficientemente distante. ¿Usted me entiende, doctor? Sé que soy dramática, es parte de mi condición, pero necesito que me ayude a superar estos temores. Quiero creer que el dispositivo tecnológico que quizá algunos niños reciban como obsequio en esta Navidad, en lugar de representar una amenaza para la humanidad, y para la seguridad de nosotras, servirá para fomentar su espíritu crítico, expandir su creatividad, ampliar sus intereses y su sensibilidad. En fin, doctor, perdóneme la letra, la prisa me traiciona. Se me queman las morcillas…
Felices fiestas,
Yo, la más pequeña