Durante los años pasados y hasta hoy, Puerto Rico ha atravesado lo que quizás han sido los peores momentos de nuestra historia contemporánea. La consecuencia más funesta de esta crisis prolongada, ha sido la pérdida de la esperanza por vastos sectores de nuestro pueblo que literalmente no pueden ver la luz al final del túnel.
La dependencia, el sentido de impotencia para cambiar las cosas, el malestar social generalizado y la violencia que todo esto provoca matizan la convivencia diaria entre individuos, familias y comunidades a todo lo largo y ancho de Puerto Rico.
La percepción de que nuestros males endémicos no tienen solución a corto y mediano plazo, y de que debemos conformarnos con una vida en Puerto Rico de la cual la mayoría está insatisfecha, es un terrible dilema para nuestra sociedad. Puerto Rico ha cambiado aceleradamente en los últimos cuarenta años, de los cuales por más de veinte hemos transitado de crisis en crisis, a las cuales aún no se les encuentra salida.
Como País, estamos en un punto de inflexión colectiva, y de nuestras acciones de aquí en adelante dependerá nuestro futuro. En esta coyuntura, hay varias fuerzas en pugna. De un lado, están las fuerzas del «status quo», opuestas a cualquier cambio hacia una mayor justicia social, la cual entienden contraria a sus intereses económicos. Son las fuerzas que han controlado y controlan el curso de los acontecimientos, y que pretenden seguir imponiendo sus reglas de juego político, económico y social a favor de sus intereses particulares como clase dominante, y no con el objetivo de promover el bienestar colectivo del pueblo puertorriqueño. Del otro lado, están las fuerzas del cambio, aquellas que entienden que está en nuestras manos escribir nuestra propia historia, y que los retos y males del ayer y del hoy son para ser enfrentados con valentía, inteligencia e innovadoras soluciones que brinden oportunidades nuevas a nuestra gente y fortalezcan los pilares de nuestra convivencia colectiva y democrática. Son las y los que creen que un pasado y un presente de crisis no tienen porqué determinar cuál será nuestro futuro político, económico y social, y que nuestro país no tiene porqué seguir aislado del resto del mundo al que pertenece por derecho natural.
Un examen de la situación de Puerto Rico en 2024, nos da la radiografía de la raíz de nuestros males políticos, económicos y sociales. La zapata de esos males es nuestra prolongada y corrosiva condición de subordinación colonial al gobierno de Estados Unidos por más de 125 años. Esa ha sido y es nuestra mayor camisa de fuerza. La razón principal de la dependencia generalizada, y de la falta de poderes para que Puerto Rico pueda tomar control de sus asuntos. Este último período colonial, del 2016 hasta el presente, ha sido marcado por una Ley PROMESA y una Junta de Control Fiscal, impuestas por el Congreso y el Presidente de EEUU, que ha fracasado en su encomienda de reestructurar con justicia la deuda pública y sacar al gobierno de Puerto Rico de la quiebra. Lo que sí han hecho es imponer medidas draconianas de austeridad cuyo efecto ha sido aumentar la desigualdad económica y social, racionar los servicios esenciales a la población, golpear la universidad pública, quitar derechos a los trabajadores, empobrecer a los pensionados del servicio público y otros sectores vulnerables y privatizar renglones estratégicos como la energía, mientras nos han obligado a desembolsar más de $1 mil millones de dinero público para pagar los contratos de sus asesores, abogados y consultores relacionados al fallido proceso de quiebra.
En el plano político colonial, continúa el impasse post eleccionario, con un bipartidismo maltrecho y reciclado, un gobierno electo al que rechaza el 60 por ciento del electorado, y una transición gubernamental contenciosa, débil, que genera incertidumbre. Con un Código Electoral amañado que le ha permitido al partido de gobierno (PNP) construir una mayoría Legislativa artificial, y aumentar su poderío a nivel de los municipios. En resumen, un control político total en manos de un partido en franca decadencia e impugnado por la mayoría. Ese vacío de poder y falta de liderazgo contribuye a magnificar otros problemas, como la violencia callejera, el tráfico de drogas y armas, los asesinatos, particularmente los feminicidios, y otros problemas sintomáticos de una sociedad a la que falta un cauce. Nada nuevo puede vislumbrarse para el futuro de Puerto Rico con los mismos de siempre en el poder.
Afortunadamente, el pasado proceso eleccionario demostró que Puerto Rico cuenta con una reserva ciudadana de generosidad, buena voluntad, inteligencia y propósito que no se dejó intimidar por las campañas de miedo ni por las amenazas, y se sumó con alegría y valentía a la lucha por el cambio real y profundo que Puerto Rico necesita. Ese ejército de la Esperanza suma a cientos de miles de puertorriqueños y puertorriqueñas, de todas partes de nuestro país y la diáspora, que se han convencido de la necesidad de rescatar a Puerto Rico de las garras de quienes lo han arruinado y arrastrado de crisis en crisis.
Esas y esos serán los que estarán al timón de la fiscalización del gobierno entrante y de las fuerzas retardatarias del «status quo». Gracias a ellos y ellas – principalmente jóvenes de todas las edades y estratos sociales- Puerto Rico tendrá una nueva agenda hacia el 2025 y en adelante, una agenda que prevalecerá sobre los miedos, la impotencia, la dependencia y el cinismo, y se impondrá sobre los mercaderes y falsos profetas que quieren vender nuestro país a pedazos para sumarlo a su botín.
Desde CLARIDAD, hacemos votos por un año 2025 que le de impulso a nuevas ideas, organización, movilización y resistencia en defensa y rescate de nuestro país.
¡ Feliz Año Nuevo!