Hace más de dos mil años comenzó a desarrollarse un pensamiento diferente en mucho a lo que los sabios de aquellos tiempos difundieron con la visión de que el hombre es la medida de todas las cosas, porque se aportó con la luz trascendente de una visión de validez intemporal por su indudable proyección humanista, esa nueva idea centró la preocupación cultural en la enseñanza de que el amor y la paz son los valores esenciales para la historia humana, iluminando así las mentes y nuestra conducta existencial.
Sin embargo, los hechos consumados en estos más de dos mil años demuestran que el l egoísmo, la codicia y la violencia, como antes hasta hoy, dominan las relaciones humanas, pues los delitos de toda clase siguen estremeciendo la historia y, cultivan más y más acciones negativas, al punto que se sostiene con absurda pretensión, paradoja de por medio, que sin el uso y aplicación de la fuerza y de la guerras de exterminio no podrán sobrevivir las generaciones, ya que está presente en cada uno el “atavismo” que desde siglos anteriores es la causa de la ilicitud que distorsiona las relaciones humanas, desde el delito común hasta los de lesa humanidad las guerras que asolan los siglos, no son más que delitos nefandos, pues sea cualquier excusa la que se esgrima, toda guerra como todo delito son la negación de la conciencia ética de la persona humana.
Hoy, debemos hacer un gran esfuerzo de auto examen y, entrar en nuestro mundo íntimo, para encontrar en el corazón de la Vida, el sentido de fraternidad y solidaria entrega al bien común, para construir desde la vida íntima los principios esenciales de esa gran necesidad de amor y paz que Cristo, el Señor de la historia, nos enseñó con su existencia entregada al renacimiento de la Paz y del Amor para todos y con todos. Que este 25 de diciembre alumbre en nuestra vida personal y comunitaria la luz de la Nueva Era. (O)