Si “Motomami” era una fiesta, “LUX” es una liturgia: una inusual reflexión sobre la fe entendida como fuerza liberadora y rebelde. Rosalía, de educación católica, construye su nuevo disco como una serie de meditaciones sobre algunas mujeres que alcanzaron la santidad o una forma de trascendencia espiritual —una dimensión a la que la propia artista parece aspirar, al menos desde el arte. “Quién pudiera vivir entre los dos, primero amare al mundo y luego amare a Dios”, canta en “Sexo, violencia y llantas”, tema inaugural que sienta las bases sonoras del disco. Un piano agudo, una cadencia flamenca descendente y un violonchelo que desemboca, hacia el final, en un crescendo orquestal marcan el tono del viaje. Es el primer capítulo de una obra cuya narrativa elíptica puede desconcertar, entre lamentos piadosos, románticos y hasta la búsqueda de sincronía con una conciencia superior.
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Rosalía ha gozado aquí de una libertad creativa total —como la tuvieron sus ídolos Kate Bush y Björk (esta última, invitada en el disco)—, además de impresionantes recursos, con el respaldo de la Orquesta Sinfónica de Londres. En “LUX” casi no queda rastro del sonido urbano de “Motomami” ni del trap flamenco de “El mal querer” (2018). Si se le intuye, es porque está sumergido bajo el agua de unos arreglos orquestales: a veces sublimes, otras caóticos. Acorde con el concepto del disco, la performance vocal de Rosalía no parece pertenecer a este mundo y, en ciertos momentos, asciende a registros celestiales. Buena parte de las canciones son baladas o de tempo lento —como “Mío Cristo” o “Sauvignon Blanc”—; las percusiones se insinúan, como en el vals “La Perla”, con guitarra de palo y áspera letra de desamor, o se sustituyen por timbales orquestales. “Dios es un stalker” representa la excepción: una pieza razonablemente bailable donde el cajón flamenco se entrelaza con un patrón que suena como una salsa tocada acompañada de instrumentos de cámara. Junto a “La rumba del perdón”, son las canciones más upbeat de un álbum dominado por los medios tiempos y la introspección sonora.
No hace falta ser religioso para conmoverse con las indagaciones espirituales que plantea “LUX”, como en su cierre celebratorio, cuando canta “Dios desciende, yo asciendo, nos encontramos en el medio”. Son, en última instancia, expresiones de un alma en busca de sentido, paz o consuelo. Algunos han querido ver en el disco un intento por volver “cool” a la religión, una inquietud comprensible en tiempos conservadores, pero en Rosalía esa lectura se queda corta. Su obra ya ha dialogado con lo sagrado, aunque nunca había ido tan lejos como aquí. “LUX”, con sus trece idiomas y su hora de duración, exige atención y paciencia, virtudes escasas en esta época de distracciones. Su destino comercial es incierto, pero su ambición artística resulta apabullante, desmesurada. Merece ser celebrado como uno de los grandes discos de 2025.
Calificación: 5 estrellas de 5.

Estudió cine en la Universidad de Lima, con mención en creación y crítica audiovisual. Trabaja en la revista Somos desde el 2002. Jefe de redacción de Publimetro (2011 – 2012). Colaboró con Zona de Obras (España), Rolling Stone (Colombia), Godard! (Perú) y las revistas peruanas Caleta y 69. Escribe sobre música y la cultura que genera.