Cuentan que en La Aldea de San Nicolás la vida no se mide en años, sino en Charcos. Mamina Suárez, a sus 94, cumplió este jueves otro más. «Y ya estoy deseando que llegue el año que viene, porque pienso llegar». Eso dijo minutos antes, mientras hacía tiempo, junto a cientos de personas, entre las mesas del parque Rubén Díaz. Alas cinco de la tarde, cuando el alcalde, Pedro Suárez, soltó el volador, ella fue fiel a este rito y se metió en el Charco de la mano de una de sus tres hijas y de José Pedro Suárez, alma mater del Proyecto Comunitario de La Aldea.
A Mamina no hice falta ni hacerle sitio, pese a que se junta mucha gente y apremian los nervios. Pese a sus años, no es de las que espera a que pase la tormenta. «Pero ¿qué dices?, entonces no tiene gracia, yo me meto con el mogollón; siempre tengo prisa para entrar, pero no para salir», bromea. Así lo dijo y así lo hizo. Cumplió. Viene desde «chiquitita» y la edad para ella, visto lo visto, no es un obstáculo.
Mamina Suárez a sus 94 años cumpliendo su sueño en la fiesta de El Charco.
Arcadio Suárez

Y es que esta tradición, que hunde sus raíces en siglos atrás, engancha tanto a aldeanos como a foráneos y siempre les falta tiempo para lanzarse al agua a pescar lisas. Este jueves, mientras esperaban detrás de la marca de cal que perimetra esta balsa natural, hacían tiempo dibujando olas con sus brazos. O repicando piedras, lo que procuró cierto aire ancestral en mitad de aquellos riscos.
Hasta el mar, por efecto de la pleamar y de alguna extraña revoltura, andaba como desesperado e hizo varios amagos de meterse en el Charco antes de tiempo. Debió pensar que le faltaba agua y quiso hacerle algún aporte extra. Lo cierto es que bastó el soplido del volador, ese que suena cuando sale disparado, para que la masa se lanzara. La lámina de agua de pronto parecía un parque de atracciones. Fue un júbilo de chapoteos de un pueblo que usa esta fiesta no solo para divertirse, sino, sobre todo, para reivindicarse.
Casi valía cualquier artilugio para pescar lisas, desde pequeñas redes a cestos. Es el objetivo formal de un acto que pretende rememorar una técnica indígena de pesca mediante el embarbascado, aquella por la que los indígenas canarios aturdían a los peces con algún tipo de sustancia vegetal. Ahora no se usan esas mañas. Se les aturde por exceso. Hay más pescadores que peces, por mucho que el Ayuntamiento de La Aldea le llenara el buche a la balsa días atrás.
Otilia Armas (Tile), con uno de los peces que se capturaron este jueves en el Charco.
Arcadio Suárez
Así que hubo capturas, pero no tantas. Los primeros pescados que pesó en su báscula Otilia Armas, más conocida como Tile, daban algo más de un kilo. Ella es la encargada del pesaje desde hace 40 años. Asume el legado de una larga familia de pescadores, la primera que se asentó en la playa de La Aldea, de la mano de Seña Dolores, a finales del siglo XIX.
Tras el recuento, y según el gobierno municipal, Abián Valencia León se alzó con el premio a la captura de mayor longitud y peso con un pescado de 1.100 gramos y 47 centímetros, mientras que Ancor Jiménez Ramírez se hizo con el reconocimiento al mayor número de capturas. Fueron los ganadores.

Acudieron 8.000 personas, algo menos que en la última edición
El Ayuntamiento de La Aldea cifró en 8.000 personas la afluencia de gente en esta edición del Charco, algo menor que en la de 2024, pese a que también cayó entre semana. La Unidad de Dron de la Policía Local de Telde ayudó a hacer el cálculo. Por lo demás, todo transcurrió con normalidad. Las únicas incidencias se dieron la noche anterior. En una redada en los chiringuitos por la Guardia Civil, Policía Local y la unidad canina de la Canaria incautaron cocaína y hasta hubo un detenido.
Mientras se celebraba la ceremonia del pesaje, sonaba de fondo la Banda de Agaete, que venía de recogida tras una larga jornada de fiesta en la que también le tocó a ella servir el aperitivo con el llamado Baile del Muelle. Calentó los motores desde el mediodía, cuando sus músicos hicieron saltar a la gente que los esperaba como agua de mayo y que no tardó en rodearlos. Cestas pedreras y banderas dibujaron un particular skyline sobre multitud de cabezas en plena danza. Por cierto, entre las enseñas, todas de Canarias, hubo también una de Palestina. Este jueves tocaba fiesta, pero siempre hay un hueco para la solidaridad.
Entre los que se dejaban llevar por esa corriente estaba Eduardo González, que cargaba sobre los hombros a su hija Olalla, de 3 años. Agotó tanto sus fuerzas en la romería de la noche anterior que ni la banda la lograba sacar del sopor. Al final se le acabó quedando dormida. En contraste, algo más adelante, no paraba de bailar Pino Álamo. Tiene 76 años y le sobraba energía. «Para mí es el día más feliz del año».
El charco a vista de pájaro.
C7
Esa felicidad contagia. Juan Comas, de Alcaudete (Jaén), se ha enamorado de esta fiesta. «Es flipante». Vino ayer con un grupo de Agüimes, los García, de orígenes aldeanos, que lleva desde 2011 cumpliendo una tradición que empezó Raúl Martín. «¿Con qué se quedan, con los carnavales de Agüimes o con el Charco?». Ni lo dudó. «Con el Charco», soltó Carmelo Guedes, otro miembro de esta gran familia que renueva y comparte camisa alegórica para cada edición, como recalcan las hermanas Alicia y Melinda García. ‘Todas mis cicatrices sanan el 11 de septiembre’, reza el de este año.
A los Amigos del Almacén de Los Picos también les gusta venir al Charco con un lema. Lo colocan en un pequeño cartel sobre la lechera que este jueves llenaron de mojito antiestrés ‘pa ver si terminan ya los viaductos del Risco y de La Palma’, dos de las grandes infraestructuras que le restan a la fase que se está construyendo de la nueva carretera de La Aldea por el norte.
José Luis Parrilla y Benjamín Rodríguez, aldeanos de corazón, recordaron que el primer ron que se fabricó en este pueblo lucía en su etiqueta el nombre del Charco. Estaban bien pegados a la lechera y al pequeño escenario donde la Banda de Agaete dio el do de pecho final, tras traer hasta el mar a toda la gente que recogió a la altura del puente, a la entrada del caserío de la playa.
Para entonces, a las dos de la tarde, ya andaba la gente parrandeando y comiendo entre las mesas de la zona recreativa del Parque Rubén Díaz, a la sombra de los tarajales. Por allí iban de parranda en parranda Paco Ramírez, el del Bar Paco, ya jubilado, a la guitarra, y Santiago Santana, con un curioso doble instrumento, timple incluido.
Entre las mesas había familias y amigos, como la que juntaron Goya Segura, Carmen Rodríguez y Fátima Hassan en torno a un condumio de aceitunas, queso, huevos duros o vino. «Antes traía ropa vieja para nosotros y para todo el mundo, pero este año ya no me resistí y me traje bocadillos de carne mechada; así y todo, somos tres y vine con 15», se explicaba Goya, maestra durante 40 años en La Aldea, ya jubilada, y con una sandunga en la mano, el instrumento que les puso la música hasta que llegaron los parranderos.
Son fieles, pero no todas pudieron meterse este jueves en el Charco. A Carmen, por ejemplo, no le conviene por la salud de sus ojos. Pero ¿quién sabe? Hay quien dice que el Charco cura. O rejuvenece, como a Mamina. «Si tú supieras que cuando entro, voy cojita y tan mal, y cuando salgo, no sé si es que yo me lo propongo, que salgo mejor; te hablo sinceramente, es la verdad de Dios bendita». Amén. Palabra de Mamina.